Comentario
El terreno estaba, pues, bien preparado para que se levantase la primera de las Maravillas del Mundo: las pirámides por antonomasia.
El sucesor de Snefru fue su hijo Keops (2553-2530), el constructor de la Gran Pirámide. Al igual que sus antecesores, eligió como emplazamiento para ella una zona desocupada, al norte de todas las pirámides construidas hasta entonces, junto a la actual Giza. Con Keops culmina evidentemente el concepto del faraón como dios-rey, y eso que apenas tenemos noticias fidedignas de su reinado. A la vista de su pirámide, hombres de otra mentalidad, como Heródoto (II, 124), trazan de Keops una semblanza de tirano desprovista de fundamento. Tal vez lo único aprovechable y significativo que sobre él aporta la historiografía en lengua griega sea la noticia de que mandó cerrar los templos de los dioses (Manetho), medida propia de un gobernante que decide resolver una crisis por la vía de la represión. Como era de prever, el empleo de mano dura resultó contraproducente.
Pero al empeño de Keops en reafirmar su autoridad se debe el monumento arquitectónico más admirado del mundo, una pirámide -la mayor de las existentes entonces y después- de 146,59 m de altura y 230 m por cada lado de su base. Más elocuentes quizá que estas cifras sean los cálculos que sobre ella se han hecho. He aquí algunos ejemplos reunidos por Edwards: las Casas del Parlamento de Londres y la Catedral de San Pablo de la misma ciudad podrían asentarse en su base dejando aún mucho espacio libre; también cabrían en su lugar la antedicha Catedral de San Pablo, la Abadía de Westminster, la Basílica de San Pedro del Vaticano y las catedrales de Milán y de Florencia; si sus piedras fueran cortadas en cubos de un pie (30,5 cm) de lado, y puestas en fila, cubrirían dos terceras partes del ecuador terrestre. El número de bloques de piedra, tal y como están cortados asciende a 2.300.000, según los cálculos más recientes y moderados.
Aunque de lejos la Gran Pirámide parece intacta, ha sufrido bastante a mano de los hombres, hasta el punto de que el califa Al-Mamun abrió un boquete en su lado norte en busca de tesoros ya entonces inexistentes (la depredación original debió de producirse durante los desórdenes que iniciaron el Primer Periodo Intermedio, hacia el 2153 a. C.) En ella encontraron los árabes una cómoda cantera para puentes, canales y edificios de todo orden. Actualmente le faltan el ápice y unas doce hiladas de piedra en la cima, casi todo el revestimiento de caliza de Tura, etc.
A diferencia de lo que ocurre con sus precursoras, la pirámide de Keops fue construida desde un principio tal y como es, sin vacilaciones en su forma exterior, con una base perfectamente cuadrada y una orientación hacia los puntos cardinales en la que sólo se detecta un error de 3' 36", o lo que es lo mismo, con una increíble precisión astronómica. En esta pirámide la fase experimental ha quedado superada del todo, gracias al saber acumulado por los hombres de Snefru. Desde un principio se va sobre seguro, sin hacer pruebas ni sufrir contratiempos.
Dada esa certera precisión en lo más difícil, sorprende el cambio de programa que por tres veces experimentó la organización del interior. Teniendo en cuenta la larga duración de una obra como ésta, y que durante ella podía ocurrir la muerte del faraón, parece lógico que los constructores preparasen desde el primer momento una cámara funeraria con su acceso correspondiente, y que si la vida del faraón se prolongaba, dieran paso a otros planes; pero lo curioso es que en el caso de la Gran Pirámide estos cambios no estaban previstos, por lo menos en la segunda de las soluciones que vamos a exponer.
La entrada se encuentra en el lado norte de la pirámide, a 18 m de altura, un poco desplazada del centro (8 m), en dirección al este. De ella parte un corredor en rampa que, después de atravesar la masa de la pirámide, penetra en el subsuelo de roca alcanzando en total una longitud de 97,75 m. A partir de aquí recorre en sentido horizontal otros 8 m hasta una cámara inacabada en cuyo fondo se inicia un corredor sin salida. Este dispositivo parece responder a un plan que preveía un reinado corto del faraón: lo que se pretendía hacer eran dos cámaras, una detrás de otra, como en la Pirámide Roja de Dahsur.
El segundo plan entra en vigor cuando la superestructura de la pirámide había alcanzado la altura de la entrada. Entonces se decide, en contra de lo previsto, situar la cámara del sarcófago en la masa de la pirámide y no en el subsuelo. Para hacer el corredor ascendente hubo que practicar un boquete en el techo del corredor n.° 1, a ras del subsuelo, y abrir un túnel en la cantería de la pirámide. El trabajo no se pudo hacer a cielo abierto, como hubiera sido lo cómodo y lo económico si el corredor n.° 3 hubiera estado previsto. Por la disposición de las hiladas, Borchardt pudo señalar exactamente hasta qué altura llegaba la pirámide cuando se llevó a efecto el cambio de plan. El corredor sube en rampa hasta la altura de la entrada del n.° 1, y luego sigue en dirección horizontal hasta el centro mismo de la pirámide, donde se construye la mal llamada Cámara de la Reina, obra que se pudo hacer al aire libre porque a esta altura estaba entonces la pirámide.
Cuando aún los trabajos en esta cámara estaban en curso, el proyecto se abandona en favor de otro al que hay que agradecer dos de las maravillas de la arquitectura egipcia: situar la cámara funeraria a mayor altura y construir como acceso a la misma la Gran Galería.
Para subir por el corredor ascendente un hombre debe agacharse, pero esta penosa ascensión lo predispone al asombro que le producirá, al término de la misma, encontrarse ante una galería de 8,50 m de alto y 46,50 de longitud. Es la "Grande Galerie" que se dio a conocer al mundo en una de las más importantes ilustraciones de la Expedición a Egipto. Sus paredes de caliza pulimentada suben hasta el techo en siete hiladas, cada una de las cuales sobresale un poco sobre el plano de la inferior para formar una falsa bóveda, cerrada por losas planas y horizontales.
El piso consta de una calzada central, del mismo ancho que las losas del techo, y de dos bancos laterales, continuos, provistos de muescas situadas a intervalos regulares para los postes que sostuvieron una plataforma horizontal cuyos bordes encajaban en la ranura continua que surca la tercera hilada de los muros. En esta plataforma de madera se depositaron los bloques que después del funeral de Keops taponaron el corredor ascendente, por cuya entrada no caben. Todas estas disposiciones fueron tomadas mientras se construía la pirámide, pues entre los bloques y el corredor que habían de taponar apenas hay unos milímetros de diferencia. Para que los obreros encargados de la operación de cierre no quedaran atrapados en el interior de la galería, se había hecho en su arranque el pasadizo, que les permitía bajar al corredor descendente y salir por éste al exterior. Este pasadizo fue cerrado por abajo con tanto disimulo, que su entrada no se distinguía en nada del resto del corredor.
Así pues, la Gran Galería estaba predestinada a no volver a ser vista una vez que la pirámide se sellase. A pesar de ello, la construcción está realizada con tanto esmero y exactitud, que no se puede meter la punta de una aguja entre dos de sus sillares. El maestro constructor actuó aquí con una precisión de relojero, sin importarle que nunca ojos humanos contemplaran aquella maravilla.
Lo mismo ocurre en la Cámara del Sarcófago o Cámara del Rey, separada de la Gran Galería por un vestíbulo preparado para recibir tres rastrillos como cierre. En medio de grandes lastras de granito, perfectamente alisadas y ajustadas, está el enorme sarcófago. La colocación de éste hubo de hacerse durante la construcción, ya que no cabe por ninguna de las entradas. Las paredes, el sarcófago, todo es liso y pulido, sin una inscripción, sin un adorno. El ideal de las grandes pirámides es el ideal escueto y limpio de los sólidos geométricos. No puede haber mayor contraste con la alegre y animada arquitectura interior patrocinada por Zoser.
La cámara mide 10 m de longitud por 5 de ancho, y está cubierta por nueve capas superpuestas, de losas de más de 5 m de largo cada una. Las capas están separadas por espacios huecos, y cubiertas al final por un techo a dos vertientes. No sabemos en virtud de qué cálculos se adoptó esta solución. Los arquitectos sabían que sobre la cámara habían de acumularse aún piedras en una altura de 100 m. El caso es que aún hoy, si bien todas las losas horizontales están rotas (probablemente a consecuencia de terremotos), ninguna de ellas se ha desplomado.
De la cámara parten, hacia el norte y hacia el sur, dos angostas aberturas que la ponen en comunicación con el exterior a unos 76 m de altura. Nadie sabe para qué se hicieron, aunque se suponen conductos de ventilación.
Las descomunales dimensiones de la pirámide, su perfecta orientación (también la cámara del sarcófago está orientada exactamente hacia los puntos cardinales); detalles curiosos como el de que el corredor ascendente enfile con precisión la Estrella Polar, todo ello ha dado pábulo a un sinfín de especulaciones gratuitas en torno a la idea de que en la pirámide se encierra una sabiduría inmensa y arcana, que los egipcios reservaron para un futuro lejano en que otros hombres estarán preparados para comprenderla y encontrar en ella la verdadera salvación.
Como botón de muestra tomamos de Vandier unas notas debidas a uno de estos intérpretes: "El corredor descendente representa el período de preparación e iniciación al misterio del universo, y luego la degradación del hombre, que incapaz de encontrar el corredor ascendente, hacia la Verdad, se sumerge en las tinieblas del subsuelo. Allí está la cámara que simboliza la locura, donde todo anda cabeza abajo, donde los hombres andan al revés como las moscas por un techo. El corredor ascendente es la Sala de la Verdad en la Sombra, como la Gran Galería es la Sala de la Verdad en la Luz. La Cámara del Rey es la del Misterio y de la Tumba Abierta (el sarcófago está vacío y sin tapa desde tiempo inmemorial), la Cámara del Gran Oriente de las profecías egipcias, la Sala del Juicio y de la Purificación de las naciones...".
Junto al flanco oriental de la pirámide se han descubierto los restos de su templo funerario. Tiene la forma de un patio rectangular, pavimentado de losas de basalto y rodeado de un pórtico de techo plano, sostenido por pilares. Los muros de éste llevaban una fina decoración de relieves planos, diseñados con la precisión y el buen gusto que caracterizan a la época. Al fondo del patio, y en su centro, tras la primera hilera de pilares del pórtico, había otras dos hileras más cortas (una de ocho, otra de cuatro pilares) que precedían a un nicho cruciforme, de destino incierto, posiblemente para estatuas. Las ofrendas al faraón se harían detrás de este nicho, en el espacio que media entre su fondo y la pirámide, frente a estelas de cima redondeada como las de Meidum y Dahsur. A los lados del templo, y junto a la calzada, se conservan los fosos de tres barcos; otros dos (uno de ellos con el barco desmontado pero íntegro) se han localizado al sur de la pirámide.
El descubrimiento de relieves muy fragmentados en el templo funerario, en contraste con la falta total de ellos en la pirámide, ha hecho concebir grandes esperanzas en la excavación del templo del valle, que acaso esté mucho mejor conservado; pero los trabajos no han podido llevarse a cabo por hallarse sobre el templo la aldea moderna de Kafraes-Semman, actualmente englobada en el populoso barrio cairota de Giza.
La Gran Pirámide no debe ser considerada por sí sola, sino en el contexto de la extensa necrópolis de la que era centro y cúspide. Los tres cementerios que la flanquean, por el este, el sur y el oeste, responden a sus mismas directrices. El Cementerio del Oeste se compone de setenta y cuatro mastabas de piedra para los cortesanos y grandes funcionarios (entre éstos el príncipe Hemiun, superintendente de las construcciones de Keops). Las mastabas están rigurosamente ordenadas en calles tiradas a cordel, y desprovistas de todo ornamento, externo o interno. No era ésta la primera pirámide rodeada de las tumbas de los cortesanos; pero fue, sí, la primera en imponerles un orden tan riguroso como una formación militar. En el plano sur de la pirámide las mastabas formaban una sola fila. El Cementerio del Este comprende las pirámides de las tres reinas y ocho grandes mastabas dobles, para los hijos del rey y sus cónyuges, ordenadas con el mismo rigor que las del Cementerio del Oeste. A todo esto se sumaron más tarde nuevas mastabas, que rompieron la tónica de regularidad característica de la necrópolis.
El tipo clásico de mastaba de la IV Dinastía es una sencilla construcción de sillería, de paredes oblicuas y techo plano, sin capilla de culto ni serdab para la estatua. Las ofrendas se hacían en el lado oriental de la mastaba, donde se encontraba un relieve pequeño con la efigie del difunto, sentado a la mesa, con el nombre y títulos del mismo. La mastaba se halla superpuesta a una cámara subterránea destinada al sarcófago (carente de decoración también), y de un pozo vertical que se cegaba después del sepelio. Entre el pozo y la cámara quedaba un angosto espacio, donde a falta de la estatua se colocaba una cabeza-retrato del difunto, suficiente para que el alma encontrase el paradero del cuerpo. Con ello se pudo prescindir del serdab, aunque la prohibición de construirlo hubo de ser levantada al cabo de poco tiempo. La gigantesca mastaba del visir Hemiun (hijo del Nefermaat, enterrado en Meidum) fue la primera en no atenerse a las normas generales; de una de sus cámaras procede la magnífica estatua sedente de este príncipe conservada en Hildesheim (Alemania).
Aunque la mayoría de las mastabas ha perdido todo su revestimiento, hay que suponerlas recubiertas de caliza de Tura; por tanto, su color sería el mismo que el de la pirámide. El concepto egipcio de que la vida del faraón prosigue en el más allá, en compañía de sus familiares y seguidores, nunca había encontrado, ni volvería a encontrar, una expresión material tan clara y adecuada. Asimismo, la diferencia entre el rey-dios y sus súbditos humanos, se hacía patente en la distancia entre la aguda y gigantesca pirámide de aquél y las romas y bajas mastabas de éstos. He aquí en lo que había venido a desembocar aquel túmulo que en el Egipto prehistórico se reservaba al rey de los cazadores.
Pero para comprender del todo el sentido de la pirámide como institución, es preciso reparar en algo que si bien no ha dejado huellas manifiestas de su presencia, existió sin ningún género de duda en sus proximidades: la ciudad-pirámide. Lo que nace como campamento de los obreros encargados de la construcción, se convierte en sede de los sacerdotes, empleados, obreros y esclavos encargados de suministrar, por toda la eternidad, alimentos al espíritu del muerto; de practicar los ritos necesarios para su bienestar; de vigilar la tumba y de mantenerla en perfecto estado de conservación. Para atender a estas necesidades fue instituida la llamada fundación funeraria.
Cada pirámide -y más tarde cada gran tumba particular- es dueña de las propiedades indivisibles e inalienables que su fundador le ha otorgado en todo el país, para que con los productos y rentas de éstas el difunto sea objeto siempre, de padres a hijos, de las debidas atenciones. Los sacerdotes y empleados de la pirámide viven a costa de aquellos ingresos, están exentos de la prestación de los servicios comunes de todos los ciudadanos, y por propio interés han de velar por el buen estado de la pirámide y por la prosperidad de la fundación. Es posible que ésta haya sido la única forma de propiedad privada durante el Imperio Antiguo. El sucesor de Keops, Kefrén, también realizó su pirámide.